Hace unos días mostrábamos nuestra preocupación por el estado de salud de Julio Anguita. A nuestra manera intentábamos darle el ánimo y la fuerza necesaria para que se recuperara. Pero no ha podido ser. Se ha producido lo inevitable para cualquier ser humano. Con Anguita se va un grande de la política española y todo un referente ético por su manera de actuar en la vida. Luchador incansable, lo fue hasta el último momento.
Militante comunista desde principios de los años 70, alcanzó una gran popularidad cuando, siendo el primer alcalde de Córdoba de la restaurada democracia, lideró una gestión modélica. Le valió para revalidar el mandato, esta vez con mayoría absoluta, abriendo un camino que duró casi tres décadas para quienes le sucedieron, primero como PCE y luego ya como IU.
Como secretario general del PCA impulsó en 1985 la creación de Convocatoria por Andalucía, una plataforma unitaria para nuestra comunidad, paralela a la Izquierda Unida formada en el ámbito del estado un año después. En las elecciones andaluzas de 1986 llevó a Convocatoria por Andalucía al 18% de los votos, demostrando que era posible otra manera de hacer política frente al social-liberalismo que ponía en práctica el PSOE.
Pronto pasó al ámbito estatal, primero como secretario general del PCE y luego, también, como coordinador federal de IU. Los años 90 fueron muy duros en el combate contra las políticas cada vez más neoliberales del PSOE, el entreguismo a los dictados de la OTAN y los jerarcas de la Comunidad Europea, el terrorismo de estado con los GAL o la corrupción. Desde 1993, ya como Unión Europea, combatió el Tratado de Maastricht, origen de las políticas económicas que tanto asfixian a los países del sur de Europa y a los sectores populares. Fue víctima de una campaña malintencionada y calumniosa, aireada desde medios de comunicación, especialmente el grupo PRISA, que tuvo el falaz término de «la pinza» como símbolo.
Desde 1996, ya con el PP en el gobierno, prosiguió su combate contra la intensificación de las medidas neoliberales, reflejadas, entre otras, en un mayor número de privatizaciones de empresas públicas o mayores recortes en el gasto público. Impulsó, junto con varios sindicatos (CGT, USO, SOC…), una campaña para que se legislara la jornada semanal de 35 horas.
Todo ello repercutió en su estado de salud. Primero, en 1993, durante la campaña electoral, y luego, en 1999, que le llevó a la dimisión de sus cargos y a pasar a una segunda fila de la política. Regresó a su puesto de maestro y tras su jubilación renunció a la pensión derivada de su actividad parlamentaria, para quedarse con la que le correspondía como maestro. En 2003 sufrió un mazazo en su vida cuando su hijo Julio, periodista en el frente de guerra durante la ocupación estadounidense de Irak, murió víctima de una bomba. Fue cuando lanzó una más de sus frases lapidarias: «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».
Julio, compañero, desde IU de Barbate, ha sido un honor el haberte tenido como coordinador y, ante todo, como un luchador honesto.
Y como Bertold Brecht escribió en su día: